sábado, 31 de mayo de 2008

Nota



"Sólo los padres tienen el derecho de querer y lastimar; porque lo hacen respaldados en el Deber. Entonces la pena se anida, se la protege de la felicidad, que podría hacer reventar los pichones. Y todo -a todos- lo demás debe sometérselo a juicio , bajo pena de destierro"


Cuaderno de taller "Gloria"; 2002.

sábado, 24 de mayo de 2008

Antes del examen.

Marcuse me habla en un sueño, parado en un atrio repleto de migajas, que él intenta limpiar inútilmente, mirando cómo pelean dos ratoncitos cerca de las vigas caídas de esa iglesia ruinosa. Están justo debajo del vía crucis. Desvía la mirada, un tanto perplejo, y me encuentra. Yo, a lo lejos, miro hacia atrás y pienso: ¿A mí me buscás?
Pobrecito, se sonríe, o me sonríe y levanta los hombros.
Comienza a hablar(me). Me dice: esto es para usted, hippie. Y se pone contento, pero yo le grito desde el fondo que no soy hippie, que soy un estudiante. Y él se exalta, se ríe más fuerte, golpea con un puño ese atrio desvencijado; mejor, mejor, me grita, porque en el estudiante se planta mejor la semilla, ¡la tierra ya viene removida! Y ahí, entonces, lo ví al Jesús crucificado detrás de Herbert, con las piernas cruzadas y el dedo índice sobre la boca, pidiendo silencio como los cuadros de las enfermeras en los hospitales. Callate, Marcuse, parecía decirle, dejá tranquilo al pibe que mañana tiene que dar examen. La voz del orador se debilitaba y me acerqué a los bancos delanteros. Estiró el cogote y me dijo, en voz baja: hay mucho polvillo acá, me jode la garganta, ¿no tenés whisky? Si quiere le voy a comprar, le dije, pero me hizo una seña apresurada, moviendo las manos, para que no me moleste. Su arenga me convenció de algo, algo que ya no recuerdo, creo que pensé que con eso podía aprobar el examen. Escuchamos una bocina, viniendo de afuera, y él se fue a esconder detrás de un púlpito que yo no había visto. Me acerqué, buscándolo: Señor Marcuse, dije tímidamente, y me agaché a su lado. Es que me tienen junado, me susurró, estos yanquis putos primero me explotaron y ahora quieren enterrar los pedacitos. No sé por qué lo abracé, compasión, tal vez, y sentí en el forro del saco la dureza de una petaca de alcohol. Tome, Marcuse, le dije, ahogue las penas. Me miró compungido y me señaló los ratoncitos que se apareaban desaforados, debajo del via crucis. Me voy que tengo examen de ciencias naturales, le dije, y le di la mano.
El siguió detrás del púlpito, y mientras caminaba por el pasillo del centro escuchaba el gluglu de los tragos de Herbert. Después llegaba al colegio, era la mañana, no tenía la corbata, quería volver a casa, etc

martes, 13 de mayo de 2008

Bajo el puente.


Lo que sobran son los perros. Y los recuerdos, que son los perros flacos de la memoria. Andan desatinados revolviendo las huellas, husmeando ese restito de los ausentes que ha quedado agarrado al polvo. Un olor, un hongo venenoso que los enloquece, que los enferma de tristeza, que les voltea la cabeza a ras del suelo; que los ayuda a procrearse. A los chicos también nos destetan con eso.

Augusto Roa Bastos.

martes, 6 de mayo de 2008

Diario Argentino


"Hubiesen tenido que usar una dosis de perspicacia mucho mayor de la que permite el febril ajetreo de las relaciones urbanas para poder entender algo de mi locura de aquel entonces, y tener una paciencia angelical para adaptarse a ella.

La culpa era de esa constelación que apareció en mi cielo desplomado".


Witold Gombrowicz.