domingo, 13 de enero de 2008

Jodorowsky.




Anomancia


Dándose cuenta de que los repliegues del ano eran tan personales como las líneas de la mano, inventó una nueva técnica adivinatoria. Sentaba al consultante, con las nalgas desnudas, en la fotocopiadora. La imagen anal así obtenida la inscribía dentro de un signo zodiacal. Hacía entonces una lectura del futuro extremadamente precisa. En las arrugas más profundas podía ver el pasado.





El más allá


De pronto, mientras pataleaba, se dio cuenta de que su ataúd era un huevo.




de Sombras al Mediodía, Alejandro Jodorowsky.

sábado, 5 de enero de 2008

Los Nombres.


Acercate, me dijo, acercate para verte mejor. Tenía un mazo de barajas en la mano, a las que revolvía nerviosa. La luz del techo le comía la cara con la sombra, esa palidez de lamparita cercaba los contornos de unas botas sin cordones, extraviadas cerca de la pava plateada que dormía recostada sobre el suelo. Acercate que la luz es débil, me volvió a decir acercándose ella unos pasos, trayéndome un poco de ese olor amargo de las flores del campo que se pelean por ser yuyos. Así te veo mejor las marcas, de cerquita, porque las marcas quieren esconderse como ladrón cobarde. Pero yo las veo, las marcas, de cerca, y se me descubren prepotentes. La luz comenzó a titilar y el gato me miró a los ojos, acariciándose la panza contra el piso de tierra. Ella detuvo el movimiento de las barajas y se llevó un dedo a los labios. Yo esperé asustado a que la luz volviera. Escuché a lo lejos el pitido de un tren, luego el silencio y el golpeteo de la higuera contra la ventana. Tenés la marca del dolor debajo de este ojo, me dijo, un mal parto, te habrás rasguñado al salir, desesperado. Y tu frente me cuenta esos caminos, me cuentan la fuga, y cómo marchaste sin encontrar nada, sólo polvo y más bifurcaciones. Para escapar hay que saber cómo volver, me susurró al oído, porque no sabemos no ser nada, como lo sabe el chimango o el crespín, y eso nos liga, y nos condena un poco también. Tu frente me grita el miedo de esta noche, tal vez de este mismo instante en que te miro, y me muestra los cardos que pisaste en el camino, me dibuja las estrellas que viste, la mancha oscura de un pájaro contra el cielo, la osamenta de un caballo hundido en una zanja, mi propia cara. Me tomó la mano, suave. Las marcas me hablan, repitió, y me dicen tu verdadero nombre, el que forma cada repliegue de tu carne, y que no existe en otro cuerpo más que en el tuyo. Leé cada uno de tus recuerdos como letras de ese nombre, mirá a la luna o a un vestido viejo y pediles una letra de ese abecedario que comparten con la mirada. Mirame a mí, sin miedos, que tengo una letra para darte.
El resplandor de la luna rebotaba sobre el cemento de la ruta, y el olor fresco del campo por la madrugada me hizo hinchar el pecho. Al cerrar la tranquera escuché el maullido cansado del gato colorado. Comencé a caminar en la penumbra, hacia la oscuridad que me ofrecía el camino al sur. Miré la luna que ya comenzaba su ocaso, miré mis zapatos gastados, los pastos que florecían de las grietas del asfalto. La ruta se perdía en la oscuridad, detrás de unos álamos altos. Mi nombre se perdió en aquel camino, pensé. Y me dirigí hacia el sur.

jueves, 3 de enero de 2008

Círculos.



Estoy indudablemente circunscripto en un círculo tenaz que sin embargo no se me ha metido totalmente en la carne, todavía; a veces lo siento más flojo, y creo que podría romperlo.


Hace poco cuando salía del ascensor a la hora acostumbrada, se me ocurrió que mi vida, con sus días más minuciosamente repetidos, se parece a esos deberes que se da como castigo a los escolares, donde tienen que repetir, según la ofensa, diez, cien , o más veces la misma oración, oración que por culpa de la repetición pierde todo sentido; sólo que en mi caso el castigo no tiene más limitación que ésta: “ tantas veces como puedas”.


de los diarios de Franz Kafka.