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sábado, 18 de julio de 2009

Lecturas.

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Leo en el blog de Martín el siguiente ejercicio:
1) Agarrás el libro que tenés más cerca.
2) Lo abrís en la página 161.
3) Buscás la 5º frase (completa).
4) Citás la frase en el blog.
5) Pasás el post a otros 5 blogs.

La Frase: "B) La fuga no es mi desaparición absoluta."

El Libro: Adiós a la calle, de Claudio Zeiger.

El que quiera, tómelo.

(Qué barbaridad, al agarrar el libro me doy cuenta de que dejé de leer, hoy, justo justito en la página 161. Ops! Lo inmediatamente anterior decía: "No me busques por dos motivos: a) No tiene sentido. b) la fuga no es mi desaparición absoluta. Regame las plantas. No te molestes en recoger los eventuales mensajes que puedan dejarme en el contestador ni en guardar los papeles tirados bajo la puerta".)

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lunes, 1 de junio de 2009

Lamborghini - Perlongher

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Desgarro en el éxtasis del garrotazo. O como dice Lamborghini: “Paciencia, culo y terror nunca me faltaron”, como fórmula de la violencia remachada de deseo –y no en su inverso, la fórmula masoquista. Desgarro, violencia y violación de ese velo que descubre maquillajes impresos en la piel, que nunca se descorren, que insisten por permanecer como un deseo tatuado, como una marca de origen inexplicable que alimenta el ansia del garrotazo brutal.
Insertos en el engranaje violento de la Historia, las maricas, las locas, se detienen a pensar en la lógica de esa maquinaria, por qué ser el cuerpo triturado, podría ser una de las preguntas. O por qué aplastarse, por qué el terror de la fila de exterminio, por qué la existencia misma de la máquina. Y entonces los brillos comienzan su esplandecer ante el sofoco, como insurgencia espontánea, tal vez, pero también como alistamiento de tropa, como escuadrón de mecánicos que ven en sus manos la llave que podría desajustar alguna pieza de la maquinaria, dejándola que se precipite ante la pesadez de su propia estructura, que se desguace, que caiga sola.
(Mecánicos de mamelucos estridentes y baile acompasado, como dicta la imagen cristalizada que lleva al chiste, a la descarga de la mirada escandalosa que fácilmente se trueca en puño).
La letanía del macho, el discurso vacío –repleto, por otra parte, de palabras cortantes y sonantes, de autoridad- se presentifica en su violencia “bajo las matas/ en los pajonales/ sobre los puentes/ en los canales”, en los cadáveres de una gesta de falso patriotismo –romper el culo es vencer, pero es también matar- que se levantan como trofeos de una cruzada moral. Pero hay más que una afrenta de trasluz esfinterial, porque sujetar el culo es también sujetar el sujeto a la civilización, a la humanización de las buenas maneras. Por tanto los restos barbáricos quedan relegados a los peligros fatales de la jungla, a la errancia sexual que toma la forma de la caza, a la deriva por un espacio minado de lentes y objetivos: “La unión de los cuerpos, a menudo violenta, tiene ahí entre las moscas un sabor a ruina, y la ruina, un sabor sagrado. Hay en estos juegos desenfrenados todo un miasma de muerte, en medio del cual percibo, sin embargo una animación divina, una intensidad divina”. O bien: “Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas/ (tan derramadas, tan abiertas)/ y abriremos la puerta de calle al/ monstruo que mora en las esquinas”, como dice Perlongher.
Podríamos retomar una idea ya célebre: “La literatura nacional comienza con una violación” –aunque es intento, horror ante el desflore inminente- para revelar a la escritura -en un espacio donde la muerte se apresura ante la pérdida de la masculinidad- como el acto de consolidación de la identidad nacional en una masculinidad que debe permanecer intacta. La violencia más extrema se regocija en la penetración brutal, y una identidad va tomando cariz al asimilarse culo y terror como entidades inseparables. Por lo tanto, será cuestión de feminizar al amo, al macho: “Un general que agita los pendorchos/ y se entrega al de enfrente, saltando los tapiales/ es más mujer que hombre, es más mujer para ser hombre,/ hombre de más para mujer: un general,/ un artesano de la muerte/ Chupa, lame esta hinchazón del español.”
Devenir ellaél - élella en una pura sexualidad, en un deseo que no es que “no se atreve a decir su nombre” sino para el cual no hay nombre posible, desestabilizando así todo el programa social de configuración de géneros y sexualidades, que funcionan como sistemas de exclusión. El cuerpo, en este devenir sexual, encontrará su cifra en aquel lugar del horror, subvirtiendo esencias, transformándolo en bastión: “El cuerpo tiene un órgano metafórico/ es el lugar de todas las transmutaciones/ es el lugar poético por excelencia, el ano/ en el sentido que es el lugar/ donde el niño y la niña/ se encuentran todavía, subrayando todavía/ sin el corte,/ sin la diferencia de los sexos./ El lugar metafórico, el ano,/ mierda, niño, regalo, pene/ todo es intercambio”.
Y esos “devenidos”, los que vagan tremebundos por las obligadas alcantarillas de este deseo que es puro transcurrir, buscarán la forma de coagularse en un cuerpo más fuerte, que devuelva el garrotazo, porque, no hay que olvidarse que “en eso que empuja/ lo que se atraganta,/ En eso que se traga/ lo que emputarra,/ En eso que amputa/ lo que empala,/ En eso que ¡puta!/ Hay Cadáveres”.


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jueves, 25 de septiembre de 2008

Secate el ojo

Secate el ojo, vuelve a decir la madre a su hija que “no es chef, es kinesióloga” y que, sin embargo, trabaja en la cocina de un hotel. ¿Secate el ojo? ¿hay una lágrima? Puede ser, la cara se esconde. El ojo gotea, mecánico, y no se sabe por qué, sólo se escucha la censura de la lágrima. Entendemos que es una gota que no debe estar, que afea el rostro de esa bella hija de su madre, o que puede trastornar el sabor de la comida de los huéspedes. O puede ser que le diga secate el ojo para ver mejor, o para que se te aclare el mundo de las posibilidades fallidas. Y aunque reprimida el agua brota; medida, pero irrepresable, remarcando la aridez de la cara vieja.
¡Secate el ojo!, porque nada es lo que debiera ser. Y la madre te ayuda a verlo

jueves, 12 de junio de 2008

Marechal, o la guerra


Universalizar las esencias nacionales -decía Marechal-, es decir, realizar el salto ontológico que permita vernos como un todo, en coherencia, en la suma de una idiosincrasia propia, total, que se eleve sobre nuestras cabezas y nos permita una identificación como pueblo; un ideal que persigamos todos, en unión. Y fue también “su tiempo” el que le permitió ver la descarnadura de ese ideal; el suave apelativo de aquel viejo Adán se transformaría luego en grito, en rebelión, en la voz de Megafón.
Leopoldo Marechal, clama, en su novela póstuma, por aquellos sentimientos primordiales que ve anquilosarse y desaparecer –la patria, la religión, la lucha del hombre por el hombre- y somete a juicio su propio ideal. Su testamento literario es una interpelación no sólo al pueblo al cual ve acomodarse a los discursos del poder, enajenando su propia libertad, sino que es también una última rectificación de su ideal pretendidamente desgastado, por el que quisieron someterlo al olvido.
La escritura se puebla de los fantasmas que nos habitan y son ellos los que forjan, en ese espacio, los caminos de nuestros deseos. Escribir, para Marechal, es trazar ese camino, es fraguar la senda de sus deseos; pero es también cultivarlo para que otros tomen sus granos. Es, en definitiva, elevar la voz sobre las doctrinas que aprisionan el pensamiento, para no permitir que se acalle el grito furioso del gavilán, a quien tantas veces quisieron desplumar.

jueves, 6 de diciembre de 2007


Recién llego a casa. Me tomé el 160 y continué la lectura de "Viaje al fin de la noche", ese libro del que tantas citas extraje para subir acá. La cuestión es que sí, es un libro de esos que provocan un placer extraño al leerlo, que se leen casi como en una estampida barranca abajo, de forma inevitable, sin poder frenar. Pero hoy, tal vez bajo cierto ánimo peculiar, no pude evitar ese AUCH! , casi de voz alta, que te pone la piel gallinezca al leer una frase; una de esas frases que te detienen por largo rato, que imposibilitan seguir leyendo, te golpean como mazaso. Bardamu, el personaje principal, -finalmente devenido médico luego de miles de travesías- atiende a su amigo Robinson que se quedó ciego por una explosión que le dio en plena jeta. Bardamu lo va a visitar dos veces al días y con el tiempo Robinson, en su ceguera, y espectador único de sus recuerdos, comienza a relatarle pedacitos de su vida. Robinson le cuenta un secreto a Bardamu sobre su iniciación sexual, y repite esa historia, que tanto le costó decir, todos los días. Lo repite tanto que la historia se trastona en chiste, todos cargan a Robinson por ese recuerdo. Y es en ese momento que Bardamu dice:


"Esto ocurre con nuestros secretos, en cuanto los aventamos en público. Quizá en nosotros y en la tierra y en el cielo, sólo es terrible lo que no se ha dicho. No estaremos tranquilos hasta que todo sea dicho, de una santa vez; entonces, al fin, se hará el silencio y no tendremos miedo de callar. Ya estará"