lunes, 24 de agosto de 2009

Iluminaciones II.

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"Usted no tiene sentido del humor. Lo queremos hacer reír y sigue con la Metáfora. ¿Tantos años estudió para no reirse?"

Y, 17 años.
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Iluminaciones.

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"Profesor, no me trate bien; que me va a hacer llorar. Tráteme mal. Por favor"

J., 14 años.
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miércoles, 12 de agosto de 2009

Parqué.

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Espero a mi tía en el primer piso de El Gato Negro, sector fumadores. No hay nadie, y me siento en una mesita, de cara a Corrientes. Va a llegar tarde, me avisa, mi tía. Y espero un poco más, total hace más de diez años que no la veo. Estoy ansioso, muy, por comenzar a hacer evaluaciones: cómo es su cara ahora, si habla como la recuerdo, si podré regenerar el vínculo. Mientras me fumo esa ansiedad de cara a Corrientes escucho un ruido extraño, muy cerca. Giro y veo a un tipo de rodillas, en el parqué, tirando hacia fuera las maderas. Está arrancando el parqué, sí, y metiendo la mano en el agujero. Se da vuelta y es Guillermo Franchella, que me quema, al mirarme, con esos ojos tan desencajados que tiene. Me hago el boludo y miro de nuevo hacia el ventanal. Lo sigo escuchando mientras arranca maderitas y mete la mano. Algo se le habrá perdido, que tan desesperado busca. Al rato se levanta y se va.
Llega mi tía, espléndida, y, a pesar de las trabas que exige la cordialidad, arremetemos en nuestras vidas. Después de un largo rato, yo soy el que mete mano en el pozo, arrancadas ya de una vez esas superficies que nos tapan, y busco imágenes trascendentes que puedan ligarnos aun más. Recordamos que nos vimos por última vez a causa de una muerte, y nos callamos un rato, buscándole al hecho una magnitud que tal vez ya no tiene. Entonces saco del fondo, iluminado, una tarde, y nos reímos. Cuando nos levantamos para irnos le muestro el agujero y le cuento lo de Franchella. Ella me dice que sí, que lo vio abajo, cuando llegaba, preguntando si alguien había encontrado, de casualidad, su celular. Me disgusta la sensación de pérdida del misterio. La realidad siempre resulta ser más trivial, económica.

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martes, 11 de agosto de 2009

El Chip.

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En el tren, domingo por la mañana, César chistea, de improviso, al señor que vende chips para celulares. Me asombro durante la transacción, tan desmedida me parece. Mientras lo guarda le pregunto si su celular está roto. Pero no, me cuenta que no sabe cuándo, pero que se va lejos. Tampoco sabe dónde. El chip es para cambiarlo apenas salga, para que nadie lo ubique. Incomunicación "casi" total, le digo, sonriendo. Pero esquiva mis preguntas, como si fuera a delatarlo. Va tras la ilusión de fuga, o de una regeneración en ausencia. Le tiro algunos lugares, pero como se muestra molesto de haber sacado el tema, me callo. Seguimos viaje, la mañana fría me hace arder los ojos. Yo me planto en algún recuerdo que no me hace bien y me sacudo, breve, mientras él mira por la ventanilla. Al llegar a Lomas lo saludo, y le deseo buen viaje.
A la semana lo cruzo, los dos pasando el molinete del subte. Todavía no sacó pasaje. Y el chip del celular no le funciona.

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jueves, 6 de agosto de 2009

La Era del Vacío.

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El deseo de expresarse sea cual fuere el mensaje, el derecho y el placer narcisista a expresarse para nada, para sí mismo. Comunicar por comunicar, expresarse sin otro objetivo que el mero expresar y ser leído por un micropúblico, el narcisismo descubre aquí como en otras partes su lógica del vacío.Un individuo libre es móvil, sin contornos asignables; su existencia está condenada a la indeterminación y a la contradicción.
Si el sujeto ha perdido su capacidad de extender activamente sus pro-tensiones y sus re-tensiones en las diversas dimensiones temporales, y de organizar su pasado y su futuro en forma de experiencia coherente, se hace muy dificil pensar que sus producciones culturales puedan ser otra cosa que montones de fragmentos y una practica de la heterogeneo y lo fragmentario al azar.

Sonría si no tiene nada que decir, sobre todo no oculte que no tiene nada que decir, o que los demas le son indiferentes. Deje transparentar espontaneamente ese vacío, esa indiferencia profunda en su sonrisa, regale a los demas ese vacío y esa indiferencia, ilumine su rostro con el grado cero de la alegría y el placer, sonría, sonría... A falta de identidad, todos poseemos una maravillosa dentadura.


Lipovetsky.

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domingo, 2 de agosto de 2009

Íntimo.

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Ayer, en una lectura de manos, me dijeron que no estaba en mi destino haber nacido (a lo que yo me pregunto, si no hubiera nacido de qué destino estamos hablando, ¿no?). Por lo que entendí las marcas en la mano izquierda indican ese destino, y las de la mano derecha lo que nosotros hacemos con esa suerte grabada. Todas las marcas en mi mano izquierda muestran imposibilidades, cerrazones triangulares, jaulas. Pero la derecha muestra los trazos como tajo, decidida a pelearle a esa líneas contrarias que se abren, se cruzan y se disuelven. La naturaleza, supuestamente, me dicen, me parió intuitivo, y el devenir me retrajo a una racionalidad de escalpelo. Hay viajes, me proyectan, y un potencial artístico que nunca voy a "explotar". Peleo, me interpretan, contra ese vacío predestinado, me agarro a las patadas con lo que no debería ser, y parece que la suerte se tuerce en ese empecinamiento.
Alguna vez mi vieja me contó lo jodido de su embarazo, cómo decidió tenerme y cómo lo único importante al nacer era saber si era "sano". Y nací, acá estoy, con las marcas de esa duda en las manos. De repente se me aparece todo bajo la oscuridad de esa marca inicial, de esas líneas en cruz que hasta parecen avergonzadas y se pierden de a poco en la ferocidad de las otras, rectas, que no dudan en asimilarlas. Sencillamente, pienso en ese gran NO inimaginable que un extraño pronuncia al mirame la mano. Masturbación mental, lo sé.
Voy a tener una vida muy larga, concluye la lectura. Y me suena casi como un capricho dirigido a no sé qué: "¡Tomá, para vos que ni siquieras creías que iba a nacer!"

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