martes, 11 de agosto de 2009

El Chip.

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En el tren, domingo por la mañana, César chistea, de improviso, al señor que vende chips para celulares. Me asombro durante la transacción, tan desmedida me parece. Mientras lo guarda le pregunto si su celular está roto. Pero no, me cuenta que no sabe cuándo, pero que se va lejos. Tampoco sabe dónde. El chip es para cambiarlo apenas salga, para que nadie lo ubique. Incomunicación "casi" total, le digo, sonriendo. Pero esquiva mis preguntas, como si fuera a delatarlo. Va tras la ilusión de fuga, o de una regeneración en ausencia. Le tiro algunos lugares, pero como se muestra molesto de haber sacado el tema, me callo. Seguimos viaje, la mañana fría me hace arder los ojos. Yo me planto en algún recuerdo que no me hace bien y me sacudo, breve, mientras él mira por la ventanilla. Al llegar a Lomas lo saludo, y le deseo buen viaje.
A la semana lo cruzo, los dos pasando el molinete del subte. Todavía no sacó pasaje. Y el chip del celular no le funciona.

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