sábado, 26 de julio de 2008

La experiencia del espejo II


El espejo me interpela, me cuenta, cuando está manchado de vapor. Y entonces no puedo diferenciar si es que mi cara desaparece en esa espesura, o se reconstruye desde fuera de sus propios límites, en contracción; es como si se me dirigiera con una retórica de fantasma adolescente, intentando seducirme en la duda. Despierta entonces la intuición, ansiando desentrañar ese fundamento de mi cara, para creer que “soy yo el que se mira”, cuando no hay nadie que mira ni es mirado, sólo es un principio a develarse; es algo como la “gatidad del gato”, o “la floridad de la flor”. La experiencia del espejo es la de querer comenzar a ser, o la de querer hacerme creer que nunca, nadie, nos mira. O como si todo, siempre, fuera un espejo en espera a ser desempañado.
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