lunes, 28 de julio de 2008

Suerte


El miedo te patea hacia la pared -y eso cuando es benévolo, vulgar; porque todos sabemos que hay otros miedos que son tortura, que son huella que se pinta lenta, que no patean, transcurren. Entonces aquél miedo te da un empujoncito, para que después vos solo hagas el camino hasta ante el umbral, límite preciso e irremediable, demarcación última y confín de tu miedo. Tal vez ahí ya nada te importe, y en los pocos minutos que te concedés comenzás a evaluar posibilidades –persignarte o putear; huir o simular-; o tal vez conjetures planes sediciosos que te alivien la decepción y la rabia. Pero también puede ser que cuando ya nada importe, cuando sientas en todo el cuerpo la desesperación de lo inevitable, mandes todo a cagar, harto, y te des la vuelta.
A veces, los que tienen suerte, ven que el miedo era sólo una pierna colgando del aire.

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