martes, 13 de abril de 2010

Ultima entrada a Reta


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Alquilo una bicicleta y me voy para el sur. Una California Beach Commander violeta, livianísima. Lo tengo planeado desde el principio, desde que del micro pude ver esos campos de girasoles y esas arboledas tan desordenadas. En realidad lo tengo planeado desde mucho antes, ese perderme solo, por el campo. Una tarde, hace muchos años, en Buenos Aires, un amigo me mostró fotos de sus vacaciones y de una caminata acalorada por la llanura, y lo envidié. “Un calvario”, recuerdo que me dijo. Entonces llegué acá con esa idea fija: calor, transpiración y pasto. Lo único que tuvieron que decirme para que me convenciera de venir a Reta fue eso: “playa, y del otro lado, todo campo”. Ahora lo compruebo y noto que el paisaje pareciera que fue cortado a cuchillo: hacia un lado se extienden los médanos y el mar verde; hacia el otro un campo extenso y mudo. Enfilo entonces hacia allá con mi Beach Commander, camino a Copetones.
Me gustaría saber el nombre de los árboles, pero sólo reconozco a los álamos y eucaliptos. Voy por caminos de tierra hasta la salida de Reta, pero a partir de ahí el camino de ripio es imposible, un serrucho interminable me bate los sesos. Tomo entonces un camino que sale en diagonal a la ruta, cruzando campos bajos, sin sombras. Sigo derecho hacia no sé dónde, pero hacia el sur, estoy seguro. Después de un tiempo ya no veo nada en el horizonte: ya llegué, pienso.
Sigo pedaleando muchos, pero muchísimos minutos más y me detengo: ¿Sigo?
Sí, claro que sigo, por lo menos hasta que ese verde, silencio y tranquera me inmoviliza. Y me inmovilizo porque comienzo a sentir cierta intensidad, casi como si el camino fuera un nervio expuesto que en cualquier momento puede cortarse como un resorte. Tal vez hace mucho calor, y tanto silencio me perturba, porque me doy de cuenta que no se escucha nada, ni agitación de los pastos ni pájaros, lo más extraño. Me siento unos minutos en el camino, extrañado ante tanta estabilidad. Estoy dentro de una fotografía, pienso. No hay viento, carajo, y alguna que otra ave corta el cielo, muda. Decido seguir un poco más, así que me vuelvo a calzar la mochila y sigo pedaleando, sin rumbo. Sigo sin ver nada ni lejos ni cerca.
Giro entonces en un camino que se abre, minúsculo, bordeado de tranquera vieja. Pedaleo con fuerza entre pastos amarillos y me detengo nuevamente. A mi costado cuatro lechuzas, cada una parada en un palo de tranquera diferente comienzan a gritarme. Con sus cabezas vueltas hacia mí no cejan en el grito y aumentan a cada segundo el volumen. Veo que se acercan teros, corriendo desde no sé dónde y se unen a la gritería de las lechuzas.
No entiendo nada. De un minuto a otro todo vive -como un engranaje que recomienza su movimiento- y siento como si hubiera cruzado un espacio vedado, y me lo tuvieran que hacer ver. Entonces llega la amonestación del viento, que comienza a sonar violento junto a un cielo que se tapa de nubes. Huyo, para apartar el sortilegio. Pedaleo fuerte contra el viento, intentando reestablecer el equilibrio. Me persiguen los gritos ya débiles de los teros y las lechuzas, casi como si fuera una puteada que te rajan a lo lejos. Después de uno minutos, mientras la tranquera va desapareciendo de mi vista, el viento se calma, como si ya hubiera cumplido con su deber.
Comienzo a modelar pensamientos grandilocuentes: mierda, pienso, llegué, si no al corazón, al costillar de la naturaleza, a ese lugar que se esconde entre los repliegues del paisaje para pasar inadvertido, y para que nadie se detenga a indagar.
De vuelta a Reta evito los caminos que se abren de mi senda, dudosos. Al llegar al pueblo la gente me saluda, y todavía me pregunto con quién me confunden. Paso la gruta de los ahogados, el hotel viejo y la plaza tapada de hojas secas hasta llegar, por fin, al camping que cercan los médanos naranjas de esta hora de la tarde. Las chicas duermen siesta y me pongo a quemar unas ramitas para el agua del mate.

“Pasaste cerca de un nido”, me dice Rosaura, horas más tarde, lapidaria.

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1 comentario:

Celeste Blanco dijo...

Qué lindo! Todavía tengo la sensación de que Reta no fue real.