jueves, 10 de abril de 2008

El vestido.


Agarré el mate tibio con una mano temblorosa, ayudada por la otra que sostenía la muñeca. Pichín miró el movimiento, atento. Se rió y me señaló a la nena en el árbol, Míremela a la nena cómo vuela, me dijo. Ella volaba, efectivamente, sosteniéndose de las ramas flacuchientas de los eucaliptos; y el vestido rosado desacompasaba el baile, como si no estuviera hecho para vestir un cuerpo tan vivo, imposible de seguir sus movimientos. La deseé desnuda, bajo el foco letárgico de la luna. Bajáte, nena, le gritó Pichín, bajáte que asustás al señor. Quise explicarle que mis manos habían dejado de temblar, pera ya la nena se deslizaba hacia el camino de tierra. La vi arreglarse el vestido, acomodándolo de nuevo a los movimientos toscos de la caminata; con sus manos parecía pedirle perdón al vestido rosado. Mientras, el sol se enredaba un poco más entre la hilera de álamos que cortaba el horizonte. ¿Adónde va la nena?, le pregunte a Pichín. No sé, me respondió, nunca la seguimos. Devolví el mate. Y un caballo relinchó furioso, lanzándose a correr hacia ese sol ya apagado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mmm... que bueno esto, eh?

¿A dónde va la nena?
No sé, nunca la seguimos.