No tenía paciencia para morir, como la tienen los viejos de caras duras. Me costaba morir porque lo esperaba a cada segundo. Y no pude volver a escribir, sólo alcancé a componer algún que otro verso descompuesto de rabia y ansiedad. Porque es imposible escribir bajo el influjo de la sangre que no deja de bullir debajo de los dedos.
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