jueves, 28 de febrero de 2008

Non Grata.




Una vez le pasé semillas de girasol por debajo de la puerta. Yo estaba en la casa de la tía, había ido a tomar la merienda con ella porque decía que le hacía bien mi compañía, que tan triste era su vida; y llamó mamá para avisarle que tenía que quedarme en su casa porque papá había tenido un accidente y tenía que ir a cuidarlo al hospital. Nada grave, me dijo la tía, lo tienen en observación por la dudas. Cuando ella hablaba con mamá por teléfono la escuché cuando bajó la voz, como siempre hacía cuando tenía que hablar de eso; era como una ceremonia familiar a la que uno se acostumbra, como no nombrar a algún pariente mal querido o no tocar las cosas de la abuela muerta que siguen juntando polvo en la habitación oscura. Bajó la voz para quejarse a mamá y decirle que no podía quedarme, que ella ya sabía cuál era la situación y que no tenía por qué ponerla en este aprieto con su sobrino preferido. Pero parece que mamá fue convincente porque al colgar y decirme lo de papá, la tía me dijo: “parece que hoy dormís acá”. Pero no sonreía. No quise que se sintiera incómoda y traté de componerme una cara de alegría cuando, en realidad estaba de lo más ansioso y asustado. Y sí, hay ceremonias familiares, esas que se van incorporando a medida que uno crece y no se cuestiona nunca; uno nunca se pregunta qué pasó para que no le hablen al tío mengano, es algo que se sabe desde siempre y que debe respetarse con el silencio. Y ahora me enfrentaba con el misterio, con esas voces bajitas que cuando aparecía se callaban y pasaban a otro tema; sólo algunas veces escuché fragmentos de diálogos entre la tía y mamá, cosas como: “... si sabés que la luz le hace mal, le salen las ampollitas” o “... se pasó toda la noche golpeteando”.

1 comentario:

romina dijo...

Ceremonias que deben ser lo bastante sutiles para resultar efectivas.
Me gusta tu lugar. Voy a venir seguido.
Besos
ro