lunes, 13 de julio de 2009

Las Luces.


La luz de la mañana, en el sur, trastorna los paisajes hacia lo metálico. Una vez que la nebulosa rosada, de la primerísima hora, desaparece -que tiñe las montañas y las ovejas, la ruta y los álamos- llega esa luz que lo enfría todo, en un gris pálido que paraliza la visión. El asfalto, las señalizaciones parecen fragmentos juxtapuestos, irreales e irreconocibles por esta luz que nunca vi antes. Recorrí este paisaje en verano, otoño y primavera. Pero ahora no lo reconozco. Estamos en invierno. Este espacio no me responde nada, no me habla, está quieto en su mudez de acero. Me asombra la sensación de novedad: recorro este paisaje por primera vez, aunque habiéndolo andado muchas veces antes, hasta haber creído poder reconocerlo. Me divierte esa burla porque me obliga a una nueva percepción, fuera del registro con el que lo pensaba. Con una simple variación de la luz lo que creía conocido se disipa, así de sencilla es la cuestión.

Pero después entramos en San Martín de los Andes y sé que puedo reconocer elementos mínimos, y ahí están. Retomo el diálogo; la mayoría de las cosas no han cambiado.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué hermoso. Pero son tus palabras las que crean el paisaje. Marisa.