jueves, 6 de diciembre de 2007

Fragmentos.


Cerca del astillero, entre maderas podridas y un río turbio, pálido por las sombras invisibles del viento. Cerca del mástil herrumbrado que emergía de la arena estancada y sucia, contaminada de peces muertos y aserrín. Cerca, sentado en el bloque de cemento que brotaba del río (que había tragado viejos edificios y muertes) sentí tu risa atravesar los espacios dinamitados del astillero. Te vi parado frente a una gigantesca pared de concreto riendo solo y meando imaginariamente tu nombre. La pared, recuerdo, no te invadía con su sombra. Volví entonces a la luz que me enfrentaba desde el reflejo del agua. Pateando arena te acercaste y te sentaste cerca, doblando las rodillas; te miré sin interés, creyendo que tal vez fueras un alma expurgada del viejo edificio.

Teníamos doce años y nos encontramos cerca de las paredes ruinosas del astillero.
Sin exageraciones te levantaste y te fuiste con el sol, que ya manchaba el río de negro. Yo seguí con la mirada el curso de una gaviota que iba a picotear las espinas enterradas en el montículo de arena empantanada en la costa.


Antes la gente acá pescaba, me dijiste con los ojos pegados al agua. Yo no me moví de mi lugar, seguía sentado en el cemento juntando un poco de arena sucia con las manos; hasta que te acercaste un poco más, levemente, y trajiste un frío parecido al que yo imaginaba cada vez que te veía, desde que pensé por primera vez que eras un espíritu deslavado por las aguas mugrientas. Entonces volví a mirar tu cabeza, tus pelos puntiagudos que absorbían como juncos la brisa de la tarde, y encontré perdidas en un pozo negro tus pupilas contraídas por el fulgor del agua. Creo que esa fue la primera vez que no esquivamos la mirada. ¿Fumás? No, no fumaba, pero acepté con la mano temblorosa y el estómago ansioso, desesperado ante la novedad. No supe cómo agarrarlo y abriste un poco mis dedos índice y mayor y lo colocaste ahí, mirando atento mi desconcierto y fascinación. El humo entró en mis ojos y reíste, te estás haciendo grande, me dijiste mientras te ibas quién sabe dónde. Me quedé sin saber qué hacer con el humo que, agresivo, intentaba violar mi garganta.

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